Cerámica
ALFARERÍA POPULAR EN LOS PEDROCHES
Domi Calero

Este artículo resume un estudio sobre nuestros alfares, que desde hace años tengo entre manos. Gran parte de los datos recogidos en él, son de la historiadora Rosa María Dorado, que en 1988 publicó un libro sobre la alfarería en la provincia de Córdoba. En él hace un estudio pormenorizado de los alfares que quedaban en los años 80 del pasado siglo. Yo misma, en esas fechas, recorrí estos lugares y conocí a estos últimos alfareros. También recojo aquí, todo lo que aprendí de ellos.
Conocí en Pozoblanco a los hermanos José y Antonio Muñoz Cejudo. Con José, años después, ya en mi taller, con otros barros y otros hornos, intentamos reproducir todas las piezas propias de su alfar. Las guardo como un tesoro.
En Hinojosa a Serafín García e Hipólito Escudero. Con Hipólito, hijo y nieto de alfareros, comencé una amistad que aún perdura. Hemos colaborado estos años en todo lo que nos ha sido posible para rescatar del olvido este oficio que a los dos nos apasiona. En su alfar, el único que queda en pie en la actualidad, estamos intentando documentar todo el proceso de elaboración de las piezas, tal como se ha venido haciendo siglos atrás, desde la extracción del barro hasta la cocción.
La alfarería en toda la península es muy rica. Debemos este esplendor a que recoge todas las formas culturales del Mediterráneo. Pero, sobre todo, por la herencia que aportará a estas tierras la cerámica andalusí y que la cambiará para siempre. Nos acercara todo el saber milenario del Próximo Oriente, sobre todo al introducir el empleo del vidriado para impermeabilizar los recipientes. Está en los vidriados islámicos el origen de toda la cerámica medieval del occidente cristiano. Tan cerca y tan lejos, tendremos las extraordinarias producciones de la corte califal de los Omeyas cordobeses.
Los procesos de la técnica del barro, como vemos, antiquísimos han permanecido inalterables hasta tiempos modernos. Pocas industrias y artesanías han sufrido menor ritmo de cambios que la cerámica.
Nuestras piezas, que poco han cambiado, de aquellas mudéjares conservadas en nuestra provincia, por su estilo, y forma, son piezas típicas de hace seis siglos o más, sin embargo vemos como la cultura popular las ha perpetuado con la misma función. Esta comarca, por haber estado muy cerrada en sí misma, conservo quizá, con mayor pureza, formas culturales que se perdieron con los años en otros lugares.
En nuestros pueblos no había cambiado mucho la vida campesina desde el siglo XVIII, y con ella la alfarería rural, hasta que los Planes de desarrollo del 1967-71 trasformaron de forma radical la vida agraria del país. En primer lugar con la emigración de los campesinos y artesanos que convulsiono la vida cotidiana de los pueblos, anclada en el tiempo. Se sufrió en los pueblos un proceso de modernización que vino dado por la industrialización, el desprestigio del trabajo agrícola, ganadero o artesano, y por el turismo. El alfarero no estaba dispuesto a continuar a pie de torno fabricando piezas que no se venden porque no gustan o no son útiles. El proceso de abandonar el alfar y buscar trabajo en otra cosa fue trepidante. En los años cincuenta y sesenta, llega a los pueblos españoles el plástico y el butano; los grandes enemigos del barro. Lo mismo podríamos decir del dúralex y derivados, que hacen desaparecer de nuestras mesas los platos de barro y loza.
A finales del siglo XX y principios de XXI, han desaparecido talleres, y en algunos lugares, incluso el rastro de que allí hubo actividad alfarera. Esto nos ocurrió en los Pedroches. En los años cincuenta había en Hinojosa 35 o 40 maestros alfareros de los que vivían 150 familias, contando también otras labores auxiliares, como los cacharreros o los cargueros. En Pozoblanco recuerdan 20. De todos ellos llegarán a los 80 cuatro, dos en cada pueblo. Al siglo XXI, solo llegará Hipólito, compaginando el oficio de alfarero con el de municipal, también antiguo.
Centros alfareros en los Pedroches solo hubo dos: Hinojosa del Duque y Pozoblanco. Esto no impidió la existencia de muchos hornos dedicados solamente a la elaboración de tejas y ladrillos repartidos por muchos pueblos de la comarca. Quedan restos de ellos por Torrecampo, Villanueva del Duque, Santa Eufemia, Añora, Dos Torres, El Guijo, Villanueva de Córdoba o Villaralto.
Veamos cómo se extraía, modelaba y cocía el barro en los Pedroches; cómo realizaban la cerámica de uso común; la de agua y la de fuego.
HINOJOSA DEL DUQUE.
Hemos de suponer que fue, desde siempre, lugar de alfareros, pues se daban las condiciones naturales necesarias; es decir, poseer buena arcilla y un lugar estratégico en Los Pedroches, haciendo frontera con Extremadura y La Mancha, y así, poder abastecer a toda la comarca de cacharros y distribuirlos por la red de caminos del Valle.
El barro se extrae de un término llamado La Trampa y antes del llamado La Colá. Estos terrenos eran de propiedad estatal, con lo que los alfareros iban a buscarlo de forma clandestina, cargándolo en sus carros y mulas. La extracción del barro se hacía colectivamente y durante ocho días en el mes de Septiembre. Se buscaba el barro en cantidad suficiente para el año. Se llamaba esta operación El encierro. En los 80 se hacía ya de forma individual, cada uno cuando podía. Eran ya pocos. Se cerraban sobre 18 o 20 carros para tener para 10 o 12 hornos.
La extracción se hace quitando una cabeza de un máximo de 2m, para llegar a la veta de arcilla con pico y pala. El barro de este lugar es muy plástico y tiene una alta proporción de hierro, lo que le da una deslumbrante coloración roja a los cacharros. Este barro es necesario mezclarlo con greda porque es muy fuerte. La proporción es de dos partes de barro y una de grea que debe proceder del Arroyo de la Dehesa del Espíritu Santo, también de Hinojosa.
Una vez el barro en el trabajaero venido de la cantera y ya seco, se espachurran los terrones con una espiocha y se pasa a un baño de colar moviéndolo con los brazos para pasarlo luego, con cubos, a una pila a través de una criba llamada aquí barandón. Se deja empilado 24 horas para que el barro cuaje. Después se saca fuera de la pila y se pinchan ladrillos por encima, esto es el enladrillado. Se dejan de 10 a 12 horas, para que estos absorban el exceso de humedad. Luego, el amasado, que implica las siguientes tareas: La pisa, liar las pellas, sobao, almacenamiento y maduración. Del barro cuajado se toma una parte, se hace un montículo y se pisa extendiéndolo con los pies formando un rosco. Los bloques de barro que se obtienen se guardan varios días, a veces años, para que esté bien maduro y se vuelva más plástico. La siguiente fase es labrar en la mesa de piedra, amasando con las manos, retirando posibles impurezas. Esta operación se llama sobar el barro. Limpio ya, se le da forma de cilindro o cono que forman las pellas y está listo para pasar al torno.
El torno está inserto en una construcción de adobes, es de pie, consta de rueda, husillo y cabezuela, sujetos por una abrazadera de madera. Alrededor del torno se sitúan unas tablas donde se colocan las piezas recién torneadas, son las boquinas. Los útiles de trabajo, aparte del torno, son el albañal, la caña y el hilo. Eso es todo. Las piezas se secan a la sombra en tres o cuatro días en verano y quince o veinte en invierno.
Secas las piezas, están dispuestas para cocerse. El horno de Serafín es de tipo moruno. Es se planta circular. Consta de una caldera de dos metros y de una cámara sostenida por arcos y abovedada con cinco salidas o chimeneas, que se llaman bocaciles.
Cargada la cámara, el horno se enciende con leña recia, tacos de encina, durante 12 horas y una vez que las piezas toman un color rojo mortecino, se comienzan a echar las caldas cada dos o tres minutos, a medios haces de retama, durante 12-13 horas más. Pasado este tiempo las piezas toman un color rojo ascua, que indica que hemos llegado a la temperatura adecuada. Poco antes se han destapado los bocaciles para que el fuego corra por todos los rincones de la cámara. Un día más tarde se puede deshornar.
La capacidad del horno es de 300 cantaros más 70-80 piezas que se cuecen también en la caldera. En total unas 400 piezas que se agrupaban en cargas. Estas cargas se regían por unas reglas antiquísimas (igual venían de los morisco, refiere Hipólito). En cada horno entran de 18 a 20 cargas, cada carga eran 20 cántaros, cada cántaro equivale a ocho botijas de a ocho, o cinco panchuas, o cuatro medias cuartillas. Las cantarillas, dos por cántaro.
El vedrío en este centro, no era en segunda cochura, era en monococión. La base del vidrio, el alcohol de hoja (oxido de plomo) aquí lo llamaban alcohol mineral, se compraba en Linares o Cabeza del Buey. Venía molido por quintales. Al quintal de mineral se añadía cristal de campo, cuarzo molido, en proporción de ¼ de kilo por quintal de mineral. Se añadía además un poco de grea o tierra floja para que el mineral agarrara al barro. Proporcionaba a los cacharros impermeabilidad y brillo. Hace años que no se le pone vidrio a los cacharros, sino en casos excepcionales por encargo.
Piezas típicas de Hinojosa:
Cántara con dos asas y panzuda. Cántaro con una sola asa de rara esbeltez. Cantarillo de pitón, esto es, con pitorro. Cantarilla de boca arremangá, pieza elegante y de finura sin par. Panchina, especie de olla que servía para calentar agua y tener esta siempre dispuesta junto al fuego abierto. Cántara de novia, con tapa de remate puntiagudo. Cangilones. Olla para leche. Tarro de ordeño. Jarro de vino. Melera. Azucarero. Puchero con dos asa laterales a corta distancia una de otra. Anafre. Botijo de rollo. Botijo de pajarito. Orza con asa o sin asa para guardar aceitunas. Baño o lebrillo. Tejas. Atanores, para conducir el agua desde la noria a la acequia. Tinajas de diferentes tamaños. Botija de dos culos. Cantimplora plana para colgar que usaban los arrieros.
Las orzas y las tinajas, generalmente, están sometidas al proceso de empegado; consiste en cubrirlas por el interior de una capa de resina o pez rubia, quedando así impermeabilizadas.
Algunas piezas llevan elementos decorativos, consistentes en incisiones de caña en forma de zigzag y ondulaciones.
La comercialización se hace en el propio alfar. En otros tiempos cada alfarero tenía su carguero y su cacharrero asiduos, que repartían y vendían las piezas por toda la comarca en ferias y mercados. La distribución se ampliaba a cien Kilómetros a la redonda llegando a Badajoz, Santa Cruz de Múdela, Almadén, etc. Las bestias, generalmente mal alimentadas, recorrían grandes distancias, así que los cacharros mientras menos pesaran, mejor.
Cada pueblo, por así decirlo, tenía su debilidad por una pieza especial. Así, por ejemplo, Pozoblanco, Villanueva de Córdoba, Pedroche y Cardeña hacían más demanda de cántaras, Belalcázar e Hinojosa de cántaros y Cabeza del Buey cantarillos de pitón.
Decían los canteros hace años, cuando pongan el agua en los pedroches todo esto se perderá. Se veía venir que esto terminaba en no mucho tiempo.
POZOBLANCO.
La documentación histórica del Catastro de Ensenada, nos remite datos suficientes para saber que a mediados del siglo XVIII, la población de Pozoblanco era joven, artesana, dedicada a la fabricación de paños, mantas, bayetas y lienzos; que había gran número de arrieros; y que además en 1754 existían cuatro alfareros de los que, al menos dos, eran maestros que ganaban al día 3 reales de vellón.
En un precioso artículo titulado “Unas tinajas de tiempos de Felipe IV” José Luis González Peralbo, nos habla de un tinajero, Juan García Galiano, que en 1627, hacía tinajas y las firmaba.
Iremos sacando más nombres y más fechas.
Sabemos que Acisclo Cabello Muñoz, era un alfarero de 30 años. Eran otros maestros, Acisclo Martín Rosales de 40 años, Miguel Rosales de 50 y Alonso Márquez de 34.
Hinojosa y Pozoblanco, por hallarse en los extremos del Valle, nos hace pensar en un reparto de la distribución y producción de cacharros. Aquí se vendía normalmente en los alfares o en el gran mercado de los días de feria que, con motivo de la Exaltación de la santísima Cruz, se realizaba.
Serían lugares de gran demanda de cerámica, las Molinas, que en gran número jalonaban los ríos cercanos, como la de Benito Alcaide en el arroyo Guadarramilla, Las tres Aradas, La Jurada, El Marinilla y la Cerrada en el Guadalmez o el Campillo en el Cuzna. Seguro que son buenos puntos de recogida de piezas antiguas y su posterior estudio tipológico.
El único taller que permaneció abierto hasta 1992 en Pozoblanco es el de los hermanos Antonio y José Muñoz Cejudo. Está en La calle San Bartolomé y perteneció a su padre Antonio Muñoz Cabello y a su abuelo José Muñoz Yun.
Al contrario que en Hinojosa, esta zona no se distingue por la bondad de sus arcillas. No se encuentran canteras frecuentemente y los alfareros recurren a las orillas de los ríos para extraer los limos sedimentarios. El artesano, para extraer los barros, se ve obligado a arrendar parte de una finca, pagando un porcentaje al propietario por cada año que explota el filón. El producto es de una textura gruesa, casi basta.
Los hermanos Muñoz extraen el barro en un lugar llamado La Lagunilla en el término de Torrecampo, a unos 35 Km.
El alfar es también vivienda. En el patio se encuentra el horno, de tipo moruno, y detrás el trabajadero.
El barro, cuando llega de la cantera, es puesto a secar en baños, luego se pasa a una pila, donde se deshace pasándolo a través de una criba, la zaranda, después a una segunda pila donde se decanta. Esta operación no lleva más de 30 horas. Tienen pilas en el taller pero lo que se dice empilar el barro lo hacen en el llamado baño. Una vez cuajado el barro, lo pisan, dándole tres tumbos o vuelcos, cortándolo en trozos y cambiándolo de sitio para volverlo a pisar. Lo cubren con plásticos en el fondo del trabajadero para luego formar las pellas. El barro del día lo amasan en una piedra lisa con gollete de ladrillo.
Tienen dos tornos de pie, instalados en una construcción de ladrillo. Constan de tablero, eje y cabezuela. Para modelar cuentan con la maceta, caña y alambre.
El horno es hispano-musulmán, con caldera, cámara y una bóveda vaída. Tiene cuatro piqueras que permanecen abiertas durante toda la cocción menos la central, que solo se abre para deshornar.
Se hace el templado del horno con leña de encina durante 4-6 horas, después de las cuales se administran caldas fuertes cada 5 minutos, entre cinco y seis horas. Saben que la cocción está hecha, cuando el fuego toma un color blanquecino. La puerta cerrada con ladrillo y barro se rompe 24 horas después.
Piezas típicas de Pozoblanco:
Cántaros. De pared más redondeada que los de Hinojosa, con decoración incisa de caña en la parte superior de la panza y con la boca más grande y algo abierta al exterior. Cantarillo de pitorro. Bebederos de pollos y gallinas. Botija de dos culos. Macetas. Baños, para recoger el agua de lluvia. Tinajón, especie de lebrillo de paredes más rectas y recogidas, de textura bastante gruesa usado para lavar la ropa, para la matanza o para dar de comer a los animales de corral. Botijos. Tinajas para vino, vinagre o aceitunas, todas ellas empegadas. Las hay de cuartilla, de media fanega y de ¾ de cuartilla. Baldosas. Tejas hechas a torno en sus dos variedades: La romana, más plana y ancha, y la árabe, curva y más recogida. Brocales de pozo. Llama la atención la fabricación aún de estas piezas, las paredes son gruesas y adoptan formas cilíndricas o troncocónicas.
José y Antonio, trabajaban fundamentalmente en verano. El frio de estas tierras hace muy difícil el oficio en invierno, mal que bien fueron tirando.
Mi homenaje desde aquí a todos ellos. A este oficio del que tan orgullosa me siento de pertenecer. Este es un mundo que se va, se desvanece. De aquí la importancia de recordarlo como parte fundamental de nuestra historia, de nuestras formas de vida.
Domi Calero
Pozoblanco. Octubre 2020.